Si el epidemiólogo sabe únicamente que una persona trabajaba
en un determinado sector industrial, los resultados de su estudio
sólo podrán relacionar los efectos sobre la salud con dicho sector.
Si dispone de datos sobre la exposición de los trabajadores según
su profesión, sólo podrá extraer directamente conclusiones en lo
que se refiere a la profesión. Se pueden hacer inferencias indirectas
sobre las exposiciones a sustancias químicas, aunque es
preciso determinar su fiabilidad en cada caso. Sin embargo,
cuando el epidemiólogo tiene acceso, por ejemplo, a información
sobre el departamento o/y a la descripción del puesto de trabajo
de cada trabajador, podrá extraer conclusiones a ese nivel más
detallado de la experiencia en el lugar de trabajo. Cuando el
epidemiólogo (en colaboración con un higienista industrial)
dispone de información sobre las sustancias con las que trabaja
una persona, éste sería el nivel más detallado de la información
de que puede disponer sobre la exposición, salvo las raras
ocasiones en las que se conoce la dosimetría. Es más, los resultados
de estos estudios pueden facilitar a la industria información
muy útil para crear lugares de trabajo más seguros.
Hasta ahora, la epidemiología ha sido una especie de disciplina
“caja negra”, ya que ha estudiado la relación entre exposición
y enfermedad (los dos extremos de la cadena etiológica), sin
considerar los mecanismos intermedios. Este enfoque, a pesar de
su aparente falta de refinamiento, ha sido extremadamente útil.
De hecho, todas las causas conocidas de cáncer en el ser
humano, por ejemplo, se han descubierto con las herramientas
de la epidemiología.
El método epidemiológico se basa en los registros existentes:
cuestionarios, descripción de los puestos de trabajo u otros “estimadores”
de la exposición. Con ellos, la realización de los estudios
epidemiológicos y la interpretación de sus resultados
resultan relativamente sencillas.
Sin embargo, las limitaciones de este enfoque simplificado de
la evaluación de la exposición se han hecho evidentes en los
últimos años, cuando los epidemiólogos han tenido que enfrentarse
a problemas más complejos. Restringiendo nuestras consideraciones
a la epidemiología del cáncer profesional, la mayoría
de los factores de riesgo conocidos se han descubierto por los
elevados niveles de exposición en el pasado, el número limitado
de exposiciones en cada puesto de trabajo, las grandes poblaciones
de trabajadores expuestos y una estrecha correspondencia
entre la información sobre los anteriores “estimadores” y las
exposiciones químicas (p. ej., industria del calzado y benceno,
astilleros y amianto, etc.). Hoy en día, la situación es bastante
diferente. Los niveles de exposición son considerablemente
menores en los países occidentales (un hecho que debe tenerse
siempre en cuenta); los trabajadores con puestos de trabajo similares
se ven expuestos a numerosas sustancias químicas y
mezclas diferentes (p. ej., agricultores); resulta más difícil encontrar
poblaciones homogéneas de trabajadores expuestos y éstas
suelen ser de pequeño tamaño, y la correspondencia entre la
información sobre los “estimadores” y la exposición real es cada
vez más débil. En este contexto, la sensibilidad de las herramientas
epidemiológicas se reduce como consecuencia de la
clasificación errónea de la exposición.
Por otra parte, la epidemiología se ha basado en variables de
valoración “siniestras”, como la muerte en la mayoría de los estudios de cohortes. Sin embargo, los trabajadores preferirían
algo diferente a los “recuentos de cadáveres” cuando se estudian
los efectos potenciales en la salud de las exposiciones profesionales.
Por consiguiente, el uso de indicadores más directos de la
exposición y de la respuesta inicial ofrecería algunas ventajas.
Los marcadores biológicos pueden proporcionar justamente la
herramienta necesaria.
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Fte: Enciclopedia OIT
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